3.8.12

Siempre hay que dejar que las propias acciones hablen por uno, aunque todo el tiempo hay que estar en guardia contra las terribles trampas del falso orgullo y la vanidad que pueden detener el propio avance. La próxima vez que uno se sienta tentado a vanagloriarse, tendría primero que meter la mano en una cubeta llena de agua y, cuando la saque, el agujero que queda hará que uno se dé una idea correcta de la medida de su importancia.
A ninguno de nosotros nos decepciona más otra persona de lo que nos decepcionamos de nosotros mismos. Un obstáculo peligroso para nuestro progreso continuo es la terrible pantalla de orgullo complaciente que es responsable de cegar nuestro avance una vez que hemos experimentado un poco de éxito. Es cierto, es posible que hayamos trabajado muy duro y hayamos dedicado todos nuestros talentos y esfuerzos en avanzar, y esa es realmente la razón por la cual usted y yo estamos juntos; sin embargo, es fácil caer en la trampa de creer, después de unas cuantas victorias, que uno posee algunas cualidades especiales y únicas, y cuando uno refleja esa actitud en su comportamiento con los demás, eso puede dañar seriamente su progreso. De hecho, nada puede lastimarlo más a uno que la arrogancia y el orgullo que piden que alguien les ponga un alto.